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Advertencia afectuosa que un cristiano hace otro cristiano en virtud del derecho y del deber de interesarse por todos los que forman la misma familia, que es la comunidad de los seguidores de Jesús.
Es una de las muestras de fraternidad, de solidaridad y de caridad que son la esencia del Evangelio: "Un sólo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros" (Jn. 13.34). "Y si tu hermano peca, corrígelo." (Lc. 17. 3; también Mt. 5. 23; Mt. 7.3; Lc. 6.42)
En ocasiones el deber de la corrección fraterna es una obligación seria, si por ausencia de una amistosa advertencia el cristiano corre peligro de error, de pecado o de vacío ético o espiritual.
No se presta la cultura moderna, sobre todo en determinados ambientes, a esa práctica cristiana y fraterna. Sobre todo en la época juvenil, acecha el egoísmo y la comodidad, que conducen a la indiferencia por los demás y a la falaz condescendencia. Decir con insistencia: "es su problema", "no me incumbe", "cada palo que aguante su vela", es ignorar las leyes más elementales e la caridad y de la solidaridad fraternas.
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